Seguimos con el prototurismo científico -que muy bien resumen Alberto Relancio Menéndez en “Viajes y exploraciones de naturalistas y científicos europeos”- y que, con el de carácter “sanitario” marcan los inicios del interés foráneo por nuestro Archipiélago antes del advenimiento del turismo masivo, hiperdesarrollado y, en gran parte, destructor, como nuevo “cultivo hegemónico” sucesor de los ciclos anteriores.
Ya en las postrimerías del S. XVII, entre 1691 y 1697, el Real Profesor de Botánica de la Universidad de Oxford, donde se conserva su extenso herbario, el Superintendente de los Royal Gardens at Hampton Court en los años del reinado de María II de Inglaterra, Leonard Plukenet, publicó el mayor y mejor tratado de botánica antes de Linneo, los 4 tomos de su “Phytographya” con más de 2.700 ilustraciones entre las que figuran bastantes especies endémicas canarias, sobre todo de la isla de La Palma que tuvo que recolectar en alguno de sus viajes científicos.
Tendremos que esperar hasta el S. XVIII para encontrar de nuevo en las páginas de “Philosophicas Transactions” noticias sobre sucesivas subidas al Teide y otras expediciones científicas en el marco canario en una primera etapa que podemos considerar que se cierra, al fin de este siglo, con la expedición del francés Nicolas Baudin y el breve paso del germano Humboldt en junio de 1799 en su expedición científica hacia las colonias españolas en América.
En 1715 aparece un artículo extenso y científicamente preciso de un autor desconocido, J.Edens, que realiza la subida acompañado de 4 ingleses más, un holandés y un guía o práctico “Pike-man” isleño, veterano y de gran valía, además de varios criados para el servicio y cuidado de la caballería. El relato: “An Account of a Journey from the Port of Orotava in the Island of Tenerife to the Top of the Pike in that Island, in August last; with Observations there on by Mr. J. Edens” es de gran interés científico y antropológico que merece ser leído despacio en el análisis que le hace Fco. Javier Castillo Martín de la ULL ( Fuentes inglesas del S. XVIII: el texto de J. Edens). El relato de esta subida lo recoge luego en el Tomo II de su “Histoire générale des voyages” (1746-1749) el conocido autor de Manon Lescaut, el abate Prévost.
La primera gran expedición de esta inicial etapa científica en Canarias fue la del fraile de la orden de los Mínimos -O.F. franciscana- Louis Éconches Feuillée (Luis Feuillée) experto geógrafo, naturalista y astrónomo francés en 1724, que ya había estado en Canarias una quincena de años antes de paso hacia América. Ya desde la “Geographia” de Claudio Ptolomeo con sus mapas en que se usaba por primera vez líneas para señalar latitudes y longitudes –año 150 d.n.e. aprox- se medían las longitudes situando el meridiano cero en la tierra más occidental conocida al borde del Mare Tenebrosum, el terrible “Hic sunt dracones”, poblado por fantásticos monstruos: la isla canaria de Hierro. Cuando en los siglos XIV y XV los geógrafos aceptaron los mapas ptolemaicos, se generalizó ese meridiano como inicio para las longitudes. Luis XIII de Francia en julio de 1634 –a iniciativa del cardenal Richelieu y por motivos político-económicos de división de zonas marítimas donde operar el corso francés- ordenó a los cartógrafos franceses que realizaran todas sus mediciones a partir de ese meridiano herreño.
Se hacía pues necesario la fijación exacta de la posición de ese meridiano, pero no fue hasta casi un siglo después que la Academia de Ciencias de París designa a Feuillée para fijar esa posición y determinar la diferencia en longitud entre la parte más occidental de la isla y el observatorio parisino de la Academia. El padre Feuillée salió de Marsella a Cádiz donde fijó su longitud y latitud. Desde allí partió en el “Neptune” rumbo a Canarias el 17 de junio y arribó a Tenerife el 23 de junio de ese 1724. Al siguiente día, fiesta de San Juan, sube a La Laguna para presentarse al cónsul francés, Étienne Porlier Du-Ruth, casado con la lagunera Rita de la Luz Dutari Sopranis que vivía en la C/ Carrera 50, (Casa Porlier) al lado del hoy Teatro Leal, casa que describe como “muy grande y muy cómoda”.
Según relata el fraile mínimo, la ciudad de Aguere vivía las vísperas de la coronación como Rey de España de Luis I, hijo de Felipe V y esa noche toda la ciudad enrojecía con el fuego de las innúmeras fogaleras con tal motivo encendidas. “Cada particular tenía orden de encender durante tres horas un gran fuego delante de su casa; se alzó en la plaza un magnífico fuego de artificio, la ciudad parecía estar en un incendio general…” El relato prosigue describiendo la procesión regia organizada esa noche y los festejos del día siguiente en que se celebró en la Catedral la ceremonia de consagración del Rey. Desde luego que el tiempo parece transcurrir con diferente velocidad en la metrópoli y en la colonia. La celebración de la coronación de Luis I en Canarias se realiza por San Juan –beñesmen y fogaleras- cuando la coronación en España había sucedido el 15 de enero ¡con más de 5 meses de diferencia! El desgraciado de Luis I solo duró 7 meses en el trono. Murió de viruela el 31 de agosto de ese 1724 y, para no perder la costumbre, en La Laguna se celebran sus exequias el 16 de noviembre, casi tres meses después. Los motivos, es evidente, no podían ser por tardanza en llegar las noticias desde la metrópoli a la colonia.
Nuestro Viera y Clavijo, tan prolijo y minucioso en las noticias, describe todo ese período en solo tres líneas de su Historia de Canarias: “No se distinguía poco por entonces la ciudad de La Laguna en las fiestas reales que tuvo que hacer con nuevos gastos. El príncipe de Asturias casa con la serenísima princesa de Orleáns (1722); Felipe V renuncia la corona; Luis I es solemnemente proclamado el día 24 de junio (1724); muere y se celebran sus exequias el 16 de noviembre de aquel año”. Por cierto, que la “serenísima princesa de Orleans” con la que se casó, Luisa Isabel de solo 12 años, estaba como un cencerro. Se quitaba la ropa y, en pelotas, limpiaba los cristales con ella. Muerto Luis y vuelto al trono Felipe V, se la empaquetó de nuevo a su padre en Francia.
Feuillée, tras fijar también aquí latitud y longitud de La Laguna y su diferencia respecto a París, el 31 de julio de 1724, desde el Puerto de la Orotava y mediante una doble triangulación y con la ayuda del “cuarto de círculo” de su invención para las medidas trigonométricas, calculó la altura del Teide en 2.213 toesas (4.313 m.) que, aunque bastante errónea, era la más precisa hasta esa fechas, claro que esa medición no era el objetivo de la arribada del fraile a Canarias. Un par de días después, con el cónsul Porlier y su cuñado, el marqués de la Florida, su acompañante y ayudante M. Verguin, un médico, doce criados, tres guías y una docena de mulas con equipaje y provisiones, realizaron la subida a la cima que acababan de medir. Desde el Puerto de La Orotava, viajó a la isla de Hierro, con escala en La Palma para fijar la latitud y longitud de la Punta de Orchilla, el meridiano cero más usado en el S. XVIII.
Muy importante fue la aportación de Feuillée, buen botánico, al conocimiento de nuestra flora endémica que realizo describiendo más de una treintena de plantas, entre ellas la violeta del Teide –que luego recuperaría Humboldt- y la primera descripción e ilustración de un drago, el de la finca que en Bajamar tenía el cónsul Porlier. Podemos considerarlo como el primer botánico serio que estudió nuestra flora aunque también describe e ilustra alguna fauna propia, como el perenquén.
No podemos olvidarnos de las peripecias, aventuras y desgracias del escocés George Glas que estuvo por las islas y la costa vecina desde 1750 hasta 1766, aunque los dos últimos años fuera como huésped forzoso en una prisión tinerfeña por orden del Capitán General de Canarias, Domingo Bernardi Gómez-Ravelo con las autoridades españolas preocupadas por el establecimiento de una factoría británica llamada Port Hillborough en la costa de Gueder que, a su juicio, coincidía con Santa Cruz de la Mar Pequeña, supuesta propiedad de los Condes de La Gomera. Sus datos, descripciones y mapas de la zona se recogen en su conocida obra –merece la pena su título completo- : “The History of the Discovery and Conquest of the Canary Islands: traslated from a SPANISH MASNUSCRIPT, lately found in the Island of Palma, with an Enquiry into the Origin of the Ancient Inhabitants. To with is added A description of the Canary Islands, including The Modern History of the Inhabitants and an Account of their Manners, Customs, Trade &c.” impresa en Londres por R. and Dodsley, in Pall-Mall; and T. Durham in the Strand, los más prolíficos y conocidos editores de esa época. Importante por los datos que aporta a la historiografía isleña y por sus repercusiones en la Europa culta de entonces, aunque ese “manuscrito palmero” al que alude Glas, Viera afirma que “lo más sacado de un manuscrito de fr. Juan de Abreu Galindo, Religioso de San Francisco, escrito por los años 1633”.
Escribiendo desde Gomera, a cuya capital Glas nombra como “La Villa de Palmas, es decir, la Ciudad de las Palmas, por el número de palmeras que crecen allí” y tras la descripción de la villa, no puedo menos que reproducir la que de la propia isla hace el marino escocés: “La Gomera, aunque no tan poblada como La Palma, es una isla considerable, con muchos riachuelos de sus escarpadas montañas y el agua de los valles estrechos, en resumen, en todas las zonas el agua puede ser encontrada si se excava en sus tierras a unos cinco o seis pies de profundidad. Entre las fuentes que abundan aquí, las siguientes son las más preferidas, a saber Chemele, Tegoay y la Fuente del Conde”. (Topónimos todos hoy desaparecidos, copiados al parecer del texto de fr. Abreu Galindo: “es muy abundantísima de aguas y fuentes, especialmente la fuente de Chemele y la de Tegoay y la de Chegelas, que al presente llaman la fuente del Conde”).
Continúa Glas el relato de la isla y sus posibilidades que, leídos hoy, parece tal que habitamos otro planeta diferente, que aquella isla Gomera desapareció navegando tras San Borondón: Ningún pino crece aquí, pero otros muchos tipos de árboles, particularmente mocanes, barbusanos, sabinas, adernos, viñátigos, palmeras, con un gran número de unos árboles que producen gran cantidad de goma, de ahí el nombre de la isla.
Los productos de esta isla son de mucho más fama que los de Tenerife, Canaria o Palma. Los nativos por lo general tienen suficiente maíz para su subsistencia, y la importación es escasa. En este aspecto Gomera se parece a Canaria, teniendo casi todo lo necesario, y por lo tanto vive sin la necesidad de depender del exterior. Tiene suficiente millo, vino, frutas, miel, ganado y aves en gran abundancia. Se podría estimular en La Gomera para desarrollar la industria, los nativos podrían manufacturar suficiente lana y materias primas: piedras, cal, maderas, y cualquier otro material apto para la construcción, excepto el hierro”
Como no todo podía ser bueno, nos aclara Glas que “El vino de La Gomera, en general, es débil, pobre, e intenso, por lo tanto no apto para exportación, su color es parecido al agua y débil como una cerveza pobre”.
Glas, su esposa, su hija y un criado emprenden el regreso regreso a Inglaterra tras ser liberado el 15 de octubre. En un motín de 4 marineros, el capitán del “Conde de Sandwick”, Glas, su familia y el resto de la tripulación son asesinados por los británicos Georges Gidley, Richard San Quinten y Peter McKilie y el holandés Andrés Lukerman para apoderarse de la valiosa carga del barco, ahorcados por ello en Dublín. La “Gazeta de Madrid” publicó la noticia el 25 de enero de 1766. A juicio de muchos estudiosos, la trágica muerte de Glas inspiro la conocida obra del también escocés Robert Louis Stevenson “La Isla del Tesoro” (Treasure Island) publicada en Londres en 1883.